sábado, 10 de enero de 2015

Ca la Teresa

Sin casi darse cuenta, cada día que pasaba tenía más relevancia en el pueblo y más vida social entre sus paredes. A diario, café donde se organizaban interminables tertulias que se alargaban a menudo, hasta las claras del día. Biblioteca donde se podía leer a diario el periódico del día al que estaban suscritos en el bar. Sala de juegos, billar, ajedrez, futbolín, domino, cartas...
Y para los domingos,el plato fuerte, en algunas épocas del año, sala de baile. Con los discos de pizarra de la época y en algunas ocasiones orquestas en directo, todo un lujo para la comarca.

A menudo, y en el comedor del bar, eran frecuentes los conciertos de piano en petit comité.

No fue nada fácil, después de la guerra, retomar las actividades que le dieron vida anteriormente. Demasiadas heridas abiertas, demasiados rencores y demasiadas tragedias. La falta del marido asesinado durante la contienda, sin juicio ni condena previa, por la ola de barbarie que ofusco los pueblos, enturbiando las relaciones entre familiares, amigos, y vecinos. Sacar adelante a nueve hijos, suponía una pesada carga para Teresa.

Su trabajo diario en el bar, con sus rutinas cotidianas de atención a cada cliente, con su pequeño comedor y su sala de música y tertulias, consiguió perdurar un tiempo más y procurar el sustento de su familia.

Poco a poco fue remontando la corriente, aunque ya nado volvió a ser como antes. Poco a poco fue dejando de oírse la música, y aunque alguno de sus hijos quiso retomar el negocio familiar dando nuevos aires al local con las nuevas tendencias en la cocina por la influencia de las modas Barcelonesas, poco a poco fue quedando en el olvido, quedándose atrás en las tendencias y deteriorándose sus estructuras. Hasta que finalmente, tocado de muerte, yace en la arena igual que un toro acosado y herido, esperando el indulto o la estocada certera que rebane su vida.

































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