jueves, 1 de mayo de 2014

Dos para la fila de los mancos

Resulta extraño pasear por su majestuosa sala repleta de asientos. Pareciere que por siempre perduraría en el tiempo, que nunca se extinguiría su aliento, y sin embargo, ahí está, con la mortaja atada apretándole el mentón, y una moneda en cada ojo para pagar al barquero que ha de acompañarlo en su último viaje. No brillaran mas los ojos llorosos mientras miran una tierna escena en su blanca pantalla, solo un resplandor de nuestra linterna al pasar por encima de un pendiente desprendido de su oreja, y perdido bajo un polvoriento asiento de la fila de los mancos.