Sentía malestar, y un
malhumor exacerbado cada vez que volvía a esa casa. No se sentía relajada en su propia
morada, no sentía esa sensación de felicidad, imprescindible para disfrutar de
tu hogar. Ni la compañía de sus hijos, ni la alegría inocente de los niños
correteando por los salones, llegaron jamás a evitar esa sensación de vacío y
de soledad, a pesar del bullicio de sus moradores.
Sentía constantemente
un dolor extraño en su interior, un dolor que solo las madres pueden llegar a
sentir, como si le hubiesen amputado una parte vital de su ser, una parte
invisible pero cierta.
A esa sensación de
dolor, se le unía la gravedad de una violación,
la de su propia casa. Que ella vivió como propia hasta sus últimos días. Como
si hubiese sido en su cuerpo, donde se posaron pausadamente las manos del que
perpetro tal acto.
¿A quién culpar? Cuando
los carniceros que amputaron su cuerpo y el violador de su morada, no están al
alcance de su poderosa mano?
Aquella mañana se
levanto con la misma angustia de todos los amaneceres de los últimos años, con
el mismo dolor que oprimía su pecho hasta la asfixia, con el mismo pensamiento
desde que asesinaron a su hijo, y su esposo, en aquella fatídica tarde de marzo
de 1938.
Se vistió con
parsimonia, recogió sus más íntimos recuerdos, y entrego las llaves al masover.
Las instrucciones fueron cortas y precisas. Vacía la casa de todos los enseres,
traslada los muebles a la casa nueva, corre las cortinas, cierra puertas, y
ventanas, que no entre la luz en esta casa hasta que se cierren mis ojos. No soporto
mas este olor a extraños en mi propia casa.
El buen hombre cumplió
a rajatabla, como siempre, las ordenes
de la señora. Poco a poco fue deshilachando
la tela que durante casi cincuenta años se había tejido dentro de aquellas
paredes. De lo que no pudo deshacerse, fue de ese olor a extraño, de esa sensación
de estar permanentemente observado, de la tristeza de sus paredes vacías, de
esa presencia constante de un malestar impuesto desde fuera.
Pasaron los años, la
casa cayó en el olvido, la señora murió en 1949, las fábricas se perdieron con
las primeras crisis industriales y los herederos no fueron capaces de mantener
el imperio que la madre dirigió sin el apoyo de su marido asesinado vilmente en
una cuneta junto a su hijo.
Cuando visitamos la
casa, de inmediato nos invadió esa misma sensación de estar siendo observados
por ojos imprecisos desde los múltiples rincones oscuros de sus estancias.
Vacía totalmente, desnudas sus paredes y desposeídos sus techos y sus suelos de
todo aquello que un día los cubrió. El vacío nos envolvió, y calo en nuestros
cuerpos, haciéndonos sentir en todo momento que allí no éramos bienvenidos, y
que debíamos dejarla seguir en paz con sus soledades y recuerdos.
Salimos de allí dejándola
nuevamente con su soledad de ventanas cerradas, cortinas corridas, y estancias vacías.
Ella respiro tranquila en su ansiada soledad, y a nosotros, el tímido sol de
febrero, volvió a iluminarnos el rostro y nos distrajo del velo de oscuridad
que nos envolvió mientras estuvimos dentro.
Escrito en febrero de 2012
Publicado en mayo de 2013
Publicado en mayo de 2013